Andres Gandía
Si, sin duda era mi padre. Estaba sentado en mi cama, después de atravesar la pared del dormitorio envuelto en un halo de luz.
Pero mi padre había fallecido hacía tres meses. ¿Cómo es que estaba allí?. No lo se, pero estaba.
Me habló como lo hacía siempre. Yo por aquella época estaba sumido en un mar de dudas respecto a varias cosas importantes: mi trabajo, el rumbo de mi vida, mi relación de pareja, la educación de mis hijos…Y Papá estaba allí para ayudarme.
El caso es que nunca, estando en vida, me había dado un consejo directo acerca de lo que tenía que hacer. Ni siquiera siendo yo pequeño había impuesto nunca su criterio. Lo que hacía siempre era hacerme pensar de una manera lógica y dejar la decisión en mis manos. Yo siempre había creído que era afortunado por tener aquel padre que me orientaba, me hacía recapacitar, ponía ante mis ojos las distintas alternativas con sus pros y sus contras y finalmente me preguntaba qué quería yo hacer.
Posiblemente, mis dudas actuales venían de no tener esa figura que me hiciera pensar.
Y eso fue lo que me dijo, después de repasar, con su método habitual, todas y cada una de mis angustias, para ayudarme a resolverlas. Me comunicó finalmente que él se había tenido que ir, que no iba a volver, pero que yo estaba suficientemente preparado como para afrontar la vida por mi mismo, sin ayuda de nadie, como en realidad había estado haciendo siempre. Que no tenía mas que recordar el cómo hacerlo.
Me dio un beso y se fue por donde había venido.
Yo me sentí reconfortado por un lado y triste por otro. No tener a Papá a mi lado me sumía en una profunda tristeza, pero yo sabía que él querría que lo superase, que tirara adelante, porque yo sabía que, aunque no le viera, siempre le tendría a mi lado.