Andrés Gandía
Era yo muy pequeño. Tendría cuatro o cinco años. Un buen día los vi. Estaban en la puerta, pero fuera de la casa. Para mi eran desconocidos, pero ellos parecía que me conocían a mí. Eran dos niñas y un niño. Desde entonces fuero mis compañeros para todo. Para mis juegos, para las comidas, para leer, para correr aventuras en los alrededores de la casa en donde vivía. Fue muy divertido mientras duró porque la casa en que yo vivía, en pleno campo, estaba muy solitaria y ellos me acompañaron e hicieron más llevadera mi soledad.
No eran como los demás. Ellos nunca hablaban, pero yo entendía lo que decían. En mi mente se reproducían los conceptos que querían transmitirme.
Nunca me dijeron sus nombres ni de dónde procedían. Pero a mi no me importaba demasiado. Eran mis amigos. Sigue leyendo