La detención del mayordomo del Papa ha dejado al descubierto una guerra de poder en el Vaticano. El cardenal Bertone ha enviado al exilio a algunos de sus colaboradores más queridos. Benedicto XVI trata de obtener una tregua, pero la lucha es encarnizada.

El secretario de Estado del Vaticano Tarcisio Bertone, cuando concluyó el cónclave que eligió al Papa Benedicto XVI en 2005. / ALESSANDRO BIANCHI (REUTERS)
En esta historia llena de traición, malas artes, soldados del Altísimo que luchan por el poder con armas del demonio, un mayordomo ladrón, un Papa enfermo y un banco que usa el nombre de Dios en vano, tal vez el único hombre bueno sea el padre George.
George Gänswein es alemán, tiene 57 años, 1.80 de estatura, cuerpo de atleta, pelo rubio, ojos claros. Desde hace nueve años es el secretario personal de Joseph Ratzinger y, desde hace algunos meses, su único antídoto contra el aire envenenado del Vaticano. Un día no muy lejano, a su número de fax —al alcance de muy pocos— llegó una carta muy comprometedora dirigida al Papa. Después de que Benedicto XVI la leyese, monseñor Gänswein decidió guardarla en su pequeña oficina situada dentro del apartamento papal. No convenía que aquella misiva anduviese danzando por un Vaticano convertido en campo de batalla. Por eso, cuando el padre George la vio publicada en un libro junto a decenas de documentos secretos, supo enseguida que el traidor, el cuervo, el topo, tenía que ser alguien muy cercano. Alguien de la familia. Sigue leyendo