«Nostalgia de un Deseo», por Rosa Santizo.

 

Un relato de Rosa Santizo.

 

La tarde caía tenue, dejándose arrastrar por la fría lluvia que estremecía toda su gélida alma como hacía tiempo no sentía. Sus ganas aumentaban conforme se dejaba adormecer por el dulce tintineo que las gotas producían al rozar el cristal de su ventana, su vista cansada se alejaba en pensamientos y ensueños que le llevaban donde ella estaba.

 

La lluvia seguía cayendo incesante dejando volar su imaginación, clavando sus ojos en una única dirección, sus deseos se iban al sur, un lugar que aunque no excesivamente lejano a él se le antojaba a una distancia inalcanzable. Su mirada ausente volaba a través del cristal que mojado por el persistente aguacero, le hacía imaginar aquella otra humedad que manaría de ella si su fuerza pudiera hundirse en el cuerpo ausente que tanto ansiaba. Fantaseaba con cubrir su desnudez, enterrando sus dedos en las oquedades que ella le mostraba sin pudor presa de la turbación que hacía que vibrase como nunca antes lo había hecho, ocasionando que las pulsaciones se disparasen a tal grado, que sentía como un ligero mareo se apoderaba de ella haciendo que se abandonase en los brazos de aquel que la poseía con una excitante brutalidad.

Acometidas salvajes que recibía entre sudorosos jadeos, no siendo capaz de saciar la lujuria que se encendía en su ser cada vez que introducía en su interior su otro yo, que con inusitada furia se abría paso hasta alcanzar la profundidad que le hacía gemir de placer. Un abismo insondable que se le figuraba inaccesible, atrayéndole a su lugar secreto con avidez desmesurada.

 

Una imagen nubosa que acudía a su mente cobrando nitidez conforme sus ansias aumentaban, cediendo a susurros que unicamente él podía escuchar, soñando  que estas dulces palabras llegarían a los oídos de su adorada acompañada por el viento, que como aliado suyo se hacía eco de su nostalgia. Mientras su mirada se perdía en la lejanía, viéndose reflejados en unos ojos que tan solo veía cuando caía en el sopor que le transportaba a su lado, en su angustiada mente una danza frenética le invitaba a realizar las mayores perversiones en nombre de un amor no consumado, golpeando con vigor su enfurecido miembro contra el deseo que se abría para él haciéndola suya en un acto de posesión tan salvaje, que conseguía asustarle por el placer que alcanzaba al desfogar la rabia contenida contra la mujer que creía inalcanzable.

 

A su febril mente acudían imágenes  no vividas de un deseo frustrado, sacudiendo sus sienes con fuerza sin ser capaz de olvidar lo que sus recuerdos inducidos por la pasión le traían de lejos. Estos pensamientos se mecían en su interior con tal vigor que podía sentir como se enredaban los dedos en sus cabellos cuando los acercaba para percibir su aroma, el olor que destilaba su piel, la sonrisa que siempre quiso contemplar y que a él le gustaba pensar que solo era suya. La calidez que acompañaba la suave fragancia que emanaba del lugar reservado tan solo para aquel que supiese excitarla, hasta llevarla a la cumbre del delirio más exquisito.

 

La lluvia no cesaba, música para sus oídos que le transportaban al sur, a compartir bajo las sábanas lo que en su ardiente mente observaba con tanta claridad que era capaz incluso de sentir la respiración pausada de ella en su oído, percibir el deseo de su amada acercándose a la ardiente pasión que aumentaba, conforme la impaciencia de ella se hacía mayor por sentir dentro el fuego encendido que él alimentaba, entonces era cuando sus pensamientos cabalgaban en la lejanía haciendo que todo su cuerpo se agitase, produciendo embestidas que la llenasen hasta ser desbordada por el clímax.

 

En el horizonte adivinaba su silueta recortada entre la nada, los ojos clavados en un cielo que no dejaba de derramar toda su agua, quizás como preludio de un amor olvidado, perdido en el infinito y que debido a la cobardía nunca se materializaría, dejándolo solo en sueños fabricados por su mente en los grises días que caían sobre su ser como una loza fría, sin saber que ella en su soledad le sentía tan cerca que sus pensamientos también se perdían encontrándose con los suyos y fundiéndose en uno solo. Palabras que se cruzan, deseos que no se alcanzan, miradas que de forma furtiva se encuentran sin decir nada, mientras el miedo se ríe de los amantes que lo son sin saberlo porque ambos desean fundirse formando un único cuerpo sediento por sentirse, anhelante de tenerla en la distancia muy dentro, haciéndole sentir sus acometidas, llenándola de toda su esencia, saciándose mutuamente en un baile sin fin donde los cuerpos cansados por el continuo desenfreno les lleva a lograr ese apogeo donde los dos derraman los fluidos que atesoran en su interior.

 

Pero el temor burlón les venció, él nunca supo nada; mientras ella, le soñaba. El tiempo transcurrió dejando paso a un falso olvido, simulando cicatrizar unas heridas que cauterizaron para poder seguir viviendo, de esta forma conociéndose sin conocerse la vida se les escapó de entre los dedos. Ella cual dama de Shalott le esperó, pero su amado nunca llegó, quedando en la torre que se fabricó para protegerse de lo que siempre deseó.

 

Él en el norte, ella en el sur, ambos anhelando, deseando algo que nunca tuvieron y que jamás tendrían, porque el orgulloso miedo les derrotó. Solo se soñaron hasta que las fuerzas les fallaron, fue entonces cuando volaron entendiendo que siempre se habían amado.

 

Dedicado a ti…

*Ilustración del pintor Boris Vallejo.

 

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