A Stephen King no le gustan ni las entrevistas ni los periodistas ni los fisgones. Para disuadirlos, su casa de estilo gótico en Maine, está rodeada de una teatral verja de hierro negro, decorada con murciélagos y telarañas. King es uno de los escritores más famosos del mundo pero detesta la fanfarria que ello conlleva. Prefiere dedicar su tiempo a hacer lo que más le gusta: escribir.
A los 67 años ha publicado más de cincuenta novelas y ha vendido la friolera de más de 400 millones de libros. Los dos últimos han aparecido este año: Mr Mercedes, publicada por Plaza & Janés, y Revival, cuya versión al castellano se espera para el 2015. Si se tiene en cuenta que en el 2013 King publicó Doctor Sueño (la secuela de la ya mítica El resplandor), y que poco antes había recordado el magnicidio de Kennedy en la espléndida 22/11/63, podría decirse que, en edad de jubilarse, está en plena forma.
Stephen King está considerado un maestro de la literatura del terror pero es también un excelente retratista de la sociedad norteamericana, además de un experto a la hora de plasmar la psicología humana. Especialmente, sus aspectos más oscuros. El mal es un aspecto fundamental en su obra y, tras abordarlo durante décadas, considera que anida en el ser humano: «Cada vez creo menos que se deba a factores externos, a un tipo de influencia maléfica: el mal viene de la gente», asegura en una de sus escasas entrevistas, concedida a la revista Rolling Stone este otoño.
Nacido en Portland, Maine, estado donde ha ambientado la mayoría de sus novelas, King tuvo una infancia difícil, marcada por el abandono de su padre, cuando él tenía dos años. Su madre, Nellie, tuvo que buscarse la vida con trabajos precarios. Parte de su sueldo lo gastaba en pagar a canguros que hacían lo que les daba la gana con sus dos hijos. Así lo explica King en sus memorias literarias, Mientras escribo, en las que habla de «Eula-Beulah»: una canguro «enorme y proclive a flatulencias» que de vez en cuando agasajaba al niño con un pedo «ruidoso y oloroso» en plena cara. «En cierto modo, Eula-Beulah me preparó para las críticas literarias», dijo en referencia a los vapuleos que, en especial en sus primeros años, recibió por parte de los críticos.
Para Stevie, la escritura fue una vocación precoz, que pronto empezó a darle satisfacciones: cuando su madre le compró por un cuarto de dólar su primera historia, vio un mundo de posibilidades. Ávido lector de comics y de autores como H.P. Lovecraft, decidió que iba a ser escritor, costase lo que costase.
Costó. Antes de su primer éxito hubieron momentos duros, en especial, durante los primeros años de su matrimonio con Tabitha, en 1971. Los dos se conocieron en la universidad de Maine, donde estudiaron filología inglesa. Con veintipocos años y sendos empleos precarios, tenían ya dos hijos. Vivían en un tráiler, donde él trataba de escribir cuando no estaba trabajando en una lavandería. El dinero era tan justo que no les alcanzaba para comprar las medicinas de los niños.
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