Es cierto. La historia que se cuenta en torno a los hechos ocurridos en un pasado dentro de ese edificio ya desvencijado por el paso del tiempo y los continuos ataques sufridos en forma de golpes hasta derribar sus paredes, no tiene visos de realidad. No cuadran muchas cosas cuando te acercas y lo miras con detenimiento, adivinando la belleza que tenía en un pasado, cuando gozaba de vida monacal: la forma de su construcción, los materiales, la disposición de ciertos elementos…
Pero tampoco es falso que, aun conociendo y sopesando esos detalles, es uno de esos lugares donde te sientes continuamente “observado” cuando deambulas por su interior, o cuando te paseas por el que tendría que haber sido patio interior del edificio, si éste se hubiera terminado como era la pretensión de sus antiguos moradores. Y lo que es más importante: aunque la primera historia parece que no ocurrió jamás -una falsa leyenda como siempre hemos narrado y escrito-, si hay noticias sobre hechos luctuosos, ya desde la época de la guerra civil, y otros acontecimientos posteriores cuyos secretos y misterios parecen ser el motor que pretende no dejar inerte del todo este enclave, como si realmente esos “propietarios fantasmales” reclamaran todavía el enclave como suyo, protegiéndolo de los desaprensivos que vienen de visita, unos a fastidiar más su estructura, otros a realizar rituales de dudosa reputación, otros como nosotros a tratar de completar la historia hecha jirones por culpa del tiempo y del olvido.
Y esa era nuestra pretensión. Este pasado sábado de madrugada, nuestros pasos (bueno, primero nuestros coches) se dirigieron hacia Carmona, buscando la angosta entrada que lleva hasta el edificio en cuestión que se levanta majestuoso sobre un pequeño montículo campo adentro, no muy retirado de la carretera. Cierto es que a plena luz del día es difícil no fijarse en su figura rompiendo el leve horizonte… pero de noche, “todos los gatos son pardos”. Así que después de media hora de viaje, por fin tuvimos nuestro objetivo frente a nosotros.
Empezamos la investigación
A pesar que nuestra empresa oferta una actividad de ocio, nosotros no nos lo tomamos así. De hecho, cada vez que explicamos los detalles de los edificios donde estamos, y damos una serie de consejos cuya única pretensión es hacer más agradable la experiencia, ya advertimos que el objetivo es acompañarnos a realizar los mismos experimentos y procedimientos que llevamos a cabo durante una de nuestras investigaciones privadas, para mostrar a todos/as la forma en la que se llevan a cabo. Y también advertimos de algo que suena ya manido: una investigación no es una visita turística; en algunos casos nos lleva años de visitas constantes hasta sacar un puñado de datos que nos puedan servir como respuesta a algunas incógnitas, tanto científicas (o paracientíficas si el lector quiere) como periodísticas. Por lo tanto, el hecho de “volver” varias veces a un lugar ya visitado por parte de nuestro clientes y amigos, responde sólo al objetivo fundamental de la experiencia: investigar, no visitar.
De todas formas, la noche de ayer quisimos hacer algo un poco especial: pretendíamos ir algo más allá en la obtención de información que, hasta ahora, había sido muy parecida. Y para ello se dieron instrucciones muy precisas a los grupos que se formaron sobre las experiencias que se realizarían en cada uno de los puntos seleccionados por todo el enclave. En cada sitio se usaban los mismos medios para obtener datos (sonido e imágenes), pero lo que se buscaba era algo diferente del punto anterior.
En este punto debemos agradecer a nuestro amigo y compañero Andrés Blanco el despliegue de equipos que mantuvo durante toda la experiencia en el edificio, lo que nos ayudó bastante en esclarecer los fenómenos observados, descartando en gran medida la intervención humana e incluso animal como explicación posible. Sigue leyendo