Aunque la voluntad municipal era relegar la Mancebía a zonas fuera del núcleo principal de la ciudad, la realidad fue que, dado el carácter portuario de la ciudad, el burdel público se situó en el propio corazón de la ciudad, en el llamado Compás de La Laguna, en el barrio del Arenal.
Aunque el trazado urbano de esta zona de Sevilla ha sufrido importantes transformaciones desde los tiempos de la Mancebía hasta hoy, podríamos reconstruir el trazado casi exacto del recinto a partir de los datos fragmentarios que se poseen.
Por el lado del río, el límite oficial lo ponía el trazado de la Muralla que, desde la actual confluencia de las calles Almansa y Santas Patronas, discurría trazando un ángulo por detrás de la calle Santas Patronas, llegando hasta la calle de la Mar. En algún punto hacia la mitad del trazado de esta calle se ubicaba una puerta secundaria del recinto, que comunicaba con el Arenal y el río, puerta que fue objeto de continuos cuidados por parte de las autoridades municipales, ya que a través de ella se hacían fáciles el acceso o la huida de los rufianes y aun de las mismas rameras. Desde aquí, una tapia especialmente construida al efecto cercaba la casa pública. La tapia subía desde la desembocadura de Castelar en García de Vinuesa (calle de la Mar), discurriendo por la calle Harinas. A diferencia de la actualidad, la calle de la Mar no se comunicaba con la calle Castelar. De hecho, hasta las reformas urbanísticas emprendidas en esta parcela urbana en los años cincuenta y sesenta del siglo XVIII por mano del arquitecto Molviedro, no se daría comunicación entre ambas calles. Para más detalle, el continuador de los Anales de Ortiz de Zúñiga en el siglo XVIII, el académico Luis Germán y Ribón, fecha en el 15 de noviembre de 1760 el inicio del derribo de la tapia y las casas que posibilitó la «entrada al sitio o Barrio de la Laguna«.
Probablemente, la tapia no se erigía justo en el límite de las casas con la calle Harinas, sino algo más hacia atrás, de forma paralela a la calle; la descripción de algunas de las casas que el Cabildo catedralicio poseía en la zona en los años cuarenta del siglo XVI relata que las casas tenían entrada por la calle Harinas, pero tras patios y corralones se salía a la Mancebía. A mitad del recorrido de esta calle, girando hacia la izquierda, se entraba en la calle Boticas (actual Mariano de Cavia); el propio nombre nos hace sospechar que estamos en los mismísimos umbrales del burdel. En efecto, en este callejón se situaba la entrada oficial a la Mancebía, la puerta principal ubicada bajo el Arquillo de Nuestra Señora de Atocha. La puerta era más conocida por El Golpe, a causa de poseer uno de esos pestillos que se cierran solos con un simple golpe; en el Golpe se sentaba habitualmente el «mozo del golpe», un empleado de los padres encargado de la vigilancia.
La tapia continuaba, pegada a las casas lindantes (lo que facilitaba la existencia de entradas y salidas secretas), por entre las calles Piñones (actual Padre Marchena) y Pajería (hoy Zaragoza), quizá más cercana a esta última; de unas casas que por allí poseía el Cabildo de la Catedral a principios del siglo XV, se dice que tenían puertas a la Pajería y a La Laguna.
Desde este punto, el trazado de los linderos de la casa pública se hacen menos reconocibles en el viario actual. Desde Piñones, la tapia continuaba por detrás de la calle Quirós y Rositas, para enlazar con el tramo final de la Pajería que iba a morir en la calle del Rey (San Pablo), donde el cerco se cerraba con el encuentro entre la tapia y la Muralla.
Del interior poco sabemos. La actual calle Castelar describía el eje longitudinal del recinto, la calle principal donde se situaban las boticas de más asegurada clientela. La calle se ensanchaba algo, formando la actual plaza de Molviedro, lugar de encuentros, fiestas y comilonas, además de algún que otro bodegón (aunque las ordenanzas lo prohibiesen). Otras calles ya de menos importancia prostibularia, eran las actuales Santas Patronas, Galera, Doña Guiomar y Rositas.
Allí junto al lugar donde fondeaban los navíos, donde acudían los marineros y los emigrantes, el negocio era más intenso y directo. Esta ubicación central (pues el puerto era ya entonces, como lo sería mucho más en el siglo siguiente, el verdadero corazón de Sevilla) explica la reiterada decisión del Concejo por aislar la Mancebía lo más posible, ordenando tapiar todo su contorno y eliminar portillos que daban paso a calles secundarias.
A lo largo del siglo XVI hubo que hacer frente a diversas reparaciones en el sistema de aislamiento en buena parte, hubo que enfrentarse a la propia acción de las rameras, reticentes siempre a ser encerradas en el Compás. En una solicitud sin fecha, pero sin duda de la década de los setenta, los padres de la Mancebía, Rafael Rodriguez y Juan de Jódar, reclamaban al cabildo la urgencia de varias reparaciones, en especial del muro, a causa de los agujeros practicados en el mismos por las mujeres. Para solucionarlo, pedían que se elevara la altura del muro, que se empedrasen las calles interiores y que se limpiasen los montones de basura apilados junto a la muralla y la tapia (lo que también facilitaba el acceso de los rufianes).
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La decisión municipal de aislar el burdel sería sistemáticamente violada en los años siguientes, cuando el Arenal sevillano se transformase en la Babilonia cantada por Lope de Vega; frente a la reclusión, las rameras y sus rufianes respondieron practicando numerosas entradas secretas en el lienzo de muralla que separaba a la Mancebía del puerto, al objeto de favorecer los encuentros furtivos y, sobre todo, la huida de los rufianes en caso de visitas de los alguaciles. Al mismo tiempo, se favorecía así el que las mujeres públicas pudiesen salir a ejercer su oficio subrepticiamente por las calles, lejos del control del «padre» y de las restricciones horarias.
Una petición del cabildo de los jurados a los caballeros veinticuatros de la ciudad, fechada el 11 de julio de 1576 nos acerca a las prácticas mediante las cuales prostitutas y rufianes obviaban el cerco institucional. Los jurados denuncian la existencia de numerosas aberturas en el muro de la Mancebía, por las cuales burlaban a las justicias los numerosos delincuentes que encontraban en el barrio su más seguro refugio; la petición de aumentar la vigilancia y reforzar los muros se fundamenta en que:
«tan necesario es que semejante lugar donde gente tan desenfrenada como es notorio que a éste acude esté como conviene guardado, por excusar los muchos males que de no estar guardado an resultado y resultan»
Unos pocos años después, en 1583, hubo que asegurar el portillo que, a través de las murallas, daba salida al Arenal; se construyó una sólida puerta y se la afianzó con una buena reja. Ni puerta ni reja debían ser de excesiva solidez, habida cuenta de que siete años más tarde el padre de la Mancebía, Diego Felipe, recordó al cabildo que, aunque lo había ordenado reparar tres meses atrás, el portillo de la muralla seguía caído; por él continuaban entrando «hombres de mala vida«. Lo peor no era eso, sino que, al amparo de la noche, las casas que el cabildo poseía en el recinto estaban siendo sistemáticamente robadas: puertas, herrajes y hasta tejas habían ya pasado a otras manos, añadiéndose a ello la cantidad de basuras que la gente iba arrojando dentro de la Mancebía. Este problema de múltiples accesos también fue denunciado por el Padre León a las autoridades:
«Procuré con grande instancia con la justicia, que me cerrasen una puerta de verjas de hierro que sale a la puerta del Arenal, y otra que está hacia La Laguna de la misma Marina, y que se clavasen las verjas de hierro en el suelo, para que no faltando a la necesidad que hay de desaguar aquel maldito lugar de las lluvias, se acudiese a remediar un grandísimo daño y daños que resultan de aquella casa pestilencial tuviese más de una puerta.
Porque además y allende de que se podrán escabullir con facilidad los delincuentes de la mano de la justicia, entrando por una puerta y saliendo por otra, en la misma casa, se hacían muchos males y habían muy grandes pendencias con confianza de poderse escapar por esta o por aquella puerta; pero para mi propósito también me estaba muy mal que estuviesen estas puertas abiertas, porque los hombres que echábamos de una casa afuera para predicarles, salían por una puerta y se volvían a entrar por las otras dos.
Y aún allá suelen decir: renegad de casa que tiene dos puertas, cuánto más nos hacían regañar las dos puertas excusadas fuera de la principal; y para tan mala casa bastaba una puerta y ésa se había de cerrar a piedra y lodo.
Pues tiene otro daño más grave esta puerta de hierro, que sale al Arenal, digo a la puerta del Arenal, y es que con ocasión de comprar alguna cosa de las que venden allí, salen las mujercillas de la casa pública y desde su puerta llaman a los mozuelos y otros sin llamarlos viendo la ocasión tan cerca se lanzan por aquella puerta del infierno (que así la llamaba yo) y quedan presos de vicio bestial de la carne, y otros que con achaque caen en lo atroz del alma hocicando en el cieno de la lujuria.»
«Compendio…» del P. León, 1ª parte Cap. 6
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A pesar de los desvelos municipales, la banda de la Mancebía que daba al Arenal estuvo siempre sometida a diversos ataques. Ante todo, los realizados por las propias mujeres y sus rufianes, verdaderos especialistas en practicar «butrones» allá donde se pretendiera ilusamente enclaustrarlos, con la facilidad que para ello daba la noche, la confusión humana reinante en el puerto y la falta de vigilancia extramuros. Pero, sobre todo, el principal enemigo del muro fue el propio Guadalquivir, que a la mínima crecida invadía la ciudad precisamente por la zona deprimida que era la Laguna (antiguo brazo del río desecado siglos atrás), quedando durante semanas totalmente anegada y despoblada de habitantes.
«…porque el lugar de la dicha mancebía, como es notorio, es lugar público e mui antiguo para lo que es y con el se escuzan otros muchos ynconvinientes que podrian suseder y en ninguna parte se puede poner questé mas acomodada, porque semejantes lugares an destar en las çiudades tan prençipales como ésta en la parte e lugar donde del ordinario la justicia la bea o bisite para quitar e prebenir a los delitos que de hordinario como se bee por espiriencia, suelen suseder en semejantes lugares, por ser frequentados de hombres estranjeros y forasteros y de mal bibir, que a ellos revierten e si la justicia no estubiese de hordinario en ella podrían yr en cresimiento los dichos delitos, e quedar sin castiglo, de que vendría muncho daño a la Republica…»
Informe de los Jurados al Cabildo municipal, 1575, por el intento de traslado de la Mancebía
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Otros lugares de prostitución
No todas las mujeres de torpe vida ejercían su oficio en la Mancebía, en particular aquellas cuya salud estaba quebrada; los controles sanitarios periódicos que hacía el ayuntamiento podrían desterrarlas de la ciudad. Así que buscaban zonas extramuros de la ciudad, donde la vigilancia fuera menor o nula. Esto suponía no sólo un problema de moralidad sino de sanidad pública. El siglo XVI fue de grandes epidemias de sífilis, que se creía importada del Nuevo Mundo, el llamado «mal de bubas» o también el «mal francés» (o italiano, o de cristianos para los árabes), por aquello de imputar a los extranjeros los grandes vicios. Ello sin contar con los delitos que se cometían fuera del alcance de las autoridades. Los lugares habituales solían ser la parte exterior de la muralla, en las barbacanas, o en la dehesa de Tablada. No los explica un testigo de excepción, el padre León, que intentaba que las normas de la Mancebía se cumplieran, ya que el pecado era imposible de extirpar:
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«Procuré algunas veces con las justicias que se estorbasen otras maneras de casas públicas, o por mejor decir campos y calles públicas muy más perjudiciales que ésta de que hemos hablado, y tanto más dañosas cuanto menos conocidas, cuales son, y el lugar que se llama la Madera, las Barbacanas y Murallas, las barrancas y hoyas de Tablada y de otros campos pasajeros, en los cuales lugares suelen haber mujercillas de mal vivir, las cuales de más y allende de los innumerables pecados de que son causa por estar en acecho para cuando pasan algunos mozuelos bobillos, que van descuidados por el camino, sin más pensamiento de pecar, y los saltean robándoles la gracia y aún muchas veces las bolsas cortándoselas.
Sónlo también de que muchos hombrecillos de los del campo anden llenos y atestados de bubas, y los hospitales atestados de llagados, porque las desventuradas suelen estar hechas una pura lepra, y por eso no las consienten en las casas públicas, adonde por ley del reino y buen gobierno las ha de visitar cada semana tantas veces el cirujano asalariado para ello; y si no están sanas no las consienten estar en las casas públicas, pues como estas miserables hediondas y llenas de llagas no tienen lugar allí, vánlo a buscar al campo adonde no tienen temor de la visita del cirujano.»
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