Un día de enero, tres alumnas de una escuela de lo que hoy es Tanzania comenzaron a reír histéricamente. Pronto, toda la región las imitó, sin poder parar de hacerlo
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Hemos vivido el COVID, y ahora es probable que pasemos toda nuestra vida más conscientes de lo que es una pandemia. Un suceso tan dramático a nivel global no sucedía desde principios del siglo XX, y, sin embargo, sabemos por los libros de historia que las pandemias han acechado al hombre desde el principio de los tiempos, mermándolo y reduciendo a su población.
«No solamente eran pocos los que curaban, sino que casi todos antes del tercer día de la aparición de las señales antes dichas, quien antes, quien después, y la mayoría sin fiebre alguna u otro accidente, morían», contaba Bocaccio en el ‘Decamerón’. «Como hay tanta gripe, han tenido que clausurar la universidad», contaba Josep Pla en ‘El cuaderno gris’, y Albert Camus también hace una referencia a la enfermedad en ‘La peste’: «Todo aquel tiempo fue como un largo sueño. La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no se escapaban realmente a su suerte».
El resto de la escuela empezó a contagiarse de este efecto, y 95 de las 159 asistentes del colegio también rieron histéricamente, 16 horas seguidas en los casos más graves.
Aquel día, tres alumnas comenzaron a comportarse de manera un tanto extraña, bromeando y riéndose. Pronto, esa risa mutó en algo más raro, y no podían parar de reír histéricamente. Sin saber muy bien cómo, el resto de la escuela empezó a contagiarse de este efecto, y al poco tiempo 95 de las 159 asistentes al colegio tampoco podían parar de reír, durante 16 horas seguidas en los casos más graves. Fue una pandemia de la risa de la que todavía no hay una explicación clara, igual que sucedió con los brotes de coreomanía de la Edad Media. En esta ocasión, la epidemia se prolongó varios meses, afectó a cientos de personas y se vieron obligadas a cerrar 14 escuelas.
Un reciente artículo publicado en ‘Psychology Today‘ quiere indagar si realmente los humanos somos tan sugestionables como para que, psicológicamente, pueda ‘contagiarse’ así una risa. Algunos autores, como Christian Hempelmann en 2003, que estudió el caso, indican que la epidemia no fue (como pudiera quizá suponerse) feliz en ningún modo para quienes sufrieron los ataques de risa incontrolables: las personas mostraban signos de ansiedad, síntomas respiratorios, desmayos, erupciones cutáneos y llanto. Hempelmann conceptualizó el fenómeno como una enfermedad psicógena masiva impulsada por el estrés, aunque queda poca evidencia publicada que respalde esa idea porque la epidemia fue única y no hay evidencia que lo corrobore.
Otros autores sugieren que, efectivamente, la risa es contagiosa y por ello lasrisas enlatadassirven para invitar a las personas que ven determinados programas a reír. Tanto la explicación del contagio como la noción de enfermedad psicógena masiva son teóricamente compatibles, aunque la idea de una enfermedad psicogénica masiva parece sugerir que, de alguna manera debido a la histeria colectiva, uno no tiene control de sus acciones.
Tanto la explicación del contagio como la noción de enfermedad psicógena masiva son teóricamente compatibles
De nuevo, como sucedía con la coreomanía, al no haber encontrado los médicos nada remarcable o algún síntoma de enfermedad más allá de lo psicológico, es difícil discernir si la epidemia de la risa estuvo marcada por una especie de hechizo de histeria colectiva, si se rieron porque querían o si los hechos se ajustaban a la definición de pandemia. De cualquier manera, es interesante considerar lo que tales eventos en la historia humana pueden enseñarnos sobre la psicología actual. La lección más importante es que los humanos son criaturas sociales que pueden ser fácilmente influenciados por las acciones de otras personas y que lo que conocemos por pandemia a veces tiene unos significados más complejos y oscuros que lo que se refiere a la simple enfermedad física.