Ahora, querido visitante, preste atención a estas líneas, porque pocas historias son tan exóticas como la que aconteció aquel año de 1.261, cuando todos los sevillanos salieron a sus calles para poder contemplar, totalmente pasmados, un cortejo egipcio.
Eran personas extrañas, con extraños ropajes, de largas barbas, montados en jirafas y cebras. Dicho cortejo lo enviaba, ni más ni menos, que el Soberano del Gran Egipto, Al-Malec Almoddhafer Saiffodin Kutuz Almoezzi, que iba a ser recibido en el Alcázar, por alguien con un nombre más común para nosotros, el Rey de Castilla y León, Alfonso X el Sabio.
Parece ser que el Soldán egipcio mandó, junto a su séquito, varios presentes para el soberano español. Entre estos regalos se encontraban telas hermosas, joyas preciosas, drogas exquisitas, y animales extraños y todo tipo de riquezas de aquel lejano lugar.
¿Pero… por qué tanto regalo y tanta pompa? Para responder a esta pregunta tenemos que movernos siempre entre la historia y la leyenda. Primeramente, parece que se debía al gran interés que tenía el Soberano de Egipto, Al-Malec, en que Alfonso X le concediera la mano de su hija, la infanta Doña Berenguela.
Otro motivo de esta misteriosa visita, es la que apunta el mismísimo Alfonso X el Sabio, en su Libro del Tesoro, llamado por su difícil inteligencia “el Candado”. Alfonso oyó hablar de un importante astrólogo, en territorio egipcio y por lo visto lo mando a buscar. Dicho séquito, obedecería a la llegada a la capital andalusí, del afamado astrólogo. Si leemos la biografía del monarca, no nos extrañará tanto, este interés por la astrología.
Sea como fuere, uno de los animales que fueron entregados como presentes, fue un lagarto, que murió al poco tiempo, junto con el resto de los animales entregados. Se supone que por los cambios de clima.
Fue disecado y colocado en el Patio de los Naranjos, junto a la puerta que pasó a llamarse, popularmente, como la Puerta del Lagarto. Que es justamente donde estamos ahora mismo y podemos ver a dicho animal, reptiloide justamente encima de nuestras cabezas. Solo que el que hoy vemos, es una reproducción en madera, puesto que el antiguo se consumió por el paso del tiempo.
Junto al lagarto, se colocó un colmillo de elefante y en años posteriores se instaló en el mismo lugar, una vara, que perteneció al primer asistente o al primer Alguacil Mayor de la Catedral. También fue colocado un freno, que dicen que perteneció al inigualable caballo del Cid, Babieca.
