El intrigante caso del resucitado del siglo XVII

Por Jose Manuel García Bautista

Jesús de Nazaret, Lázaro… Son dos resurrecciones, quizás las únicas, que conocemos. Las Sagradas Escrituras nos han dejado una buena muestra de ello, pero están tan alejadas en el tiempo y difíciles de demostrar –salvo por la fe- que el fenómeno de la resurrección física es, poco menos, que una quimera.

Fue el doctor Henry Sampsom quién a mediados del siglo XIX copia un manuscrito antiguo, del siglo XVII, redactado por un parlamentario llamado John Mainard.

El objeto de su redacción fue un caso judicial del que la víctima regresó a la vida para denunciar a sus asesinos… El suceso fue tan impactante que mereció ser recogido en los archivos del político.

Sucedió una noche de 1629 en un condado cercano a la capital londinense, Hertfordshire, la víctima había muerto degollada en su cama y atendía al nombre de Joan Norkot.

En su casa vivían su hijo pequeño, su marido, su suegra, su hermana y el marido de esta, todos declararon que la muerte de Joan era un suicidio y ninguno parecía saber mucho más allá de lo declarado…

Pero las pruebas no indicaban que hubiera sido un suicidio sino más bien un asesinato. Así las cosas se decidió hacer una prueba muy particular que era “la prueba de tacto” que el jurado solicitó al juez.

La “prueba del tacto” era un viejo procedimiento judicial todavía vigente en la época que consistían en la creencia de si ponías al asesino delante del cuerpo sin vida de la víctima éste reaccionaría de alguna manera. Un tanto morboso pero se pensaba que era efectivo.

Así, tras 30 días en su tumba, el cuerpo de Joan Norkot fue exhumado y delante del mismo se pusieron a las cuatro personas que vivían con ella en la casa.

El juez ordenó que las cuatro personas tocaran el cuerpo de la difunta asesinada y al hacerlo el cuerpo comenzó a sudar, su piel abandonó su aspecto pálido y mortecino y un tono rosado afloró en sus mejillas…

El cuerpo comenzó a abrir un ojo y lo cerró de nuevo mientras apuntaba con su dedo… Esto llenó de espanto a los presentes pero no servía de cara a un juicio, no obstante se abrió de nuevo la causa por el asesinato de la desafortunada joven.

En el nuevo juicio se abandonó la teoría del suicidio y se observaron con más detenimiento pruebas como que la cama apenas estaba revuelta, como si hubieran dejado allí el cuerpo pero el asesinato hubiera sido en otro lugar; el cuchillo estaba demasiado lejos de la cama para ser un suicidio, además presentaba rotura del cuello y corte profundo en la garganta…

Hoy día, saltaría a la vista, que no se trata de un asesinato…Y se añadió una nueva pista: huellas ensangrentadas de otra persona sobre el cuerpo de Joan Norkot.

Así, sin desvelar quién había asesinado a la víctima, se declaró culpables de encubrimiento al marido, la suegra y la hermana de la víctima fueron declarados culpables y condenados a muerte. Su cuñado fue absuelto y, la mujer; al estar embarazada se libró de la pena capital.

En 1851, en la revista “Gentleman´s Magazine and Historical Review” se publicó el caso de la mano del doctor Sampsom siendo un tabernero local apellidado Hunt la persona que le había proporcionado la copia del manuscrito original de Mainard.

Un relato basado en los testimonios de testigos como el clérigo y otros de peso, nunca en su presencia directa. Quedando así, para la posteridad, el extraño caso de la resurrección de la desafortunada Joan Norkot.

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