En una pequeña callejuela del centro de Nápoles se halla la impresionante capilla del príncipe de Sansevero. El edificio alberga grandes misterios pues se dice que el hombre que la mandó construir, Raimondo di Sangro, VII príncipe de Sansevero, guardó tras sus muros secretos cargados de simbolismo.
De este misterioso personaje que vivió en la Italia del siglo se tienen muchos datos. Se sabe con precisión, por ejemplo, que desarrolló técnicas muy avanzadas a su tiempo y que inventó fusiles de disparo rápido, barcos anfibios capaces de desplazarse sobre suelo firme e incluso revolucionaria una imprenta capaz de grabar varios colores a la vez. Muestra de este sistema es una de sus propias obras, la Lettera Apologetica, compuesta e impresa por el Príncipe en 1750 y que fue introducida en el índice de los libros prohibidos en 1752. La portada del libro con sus caracteres impresos a colores con un método desconocido en la época e inventado por el propio Raimondo di Sangro, sus tres bellísimas láminas desplegables coloreadas a mano, y las cuarenta “palabras maestras” de un antiguo sistema de signos usados por los Incas del Perú (el quipu) hacen que este libro tenga un encanto extraordinario además de un notable interés histórico.
Quizá esta pasión por los libros y por el humanismo fue lo que le hizo abrazar con fuerza la masonería, sobre la que publicó varios libros, y sobre todo la alquimia, una «ciencia» en la que el príncipe pareció volcarse con todos sus esfuerzos. Considerado como un divulgador «herético», el hecho que «repudiara» a los jesuitas, con quienes se había educado, hicieron de él un personaje complejo odiado y amado con igual vehemencia por sus contemporáneos.
El laboratorio del alquimista al servicio del arte
Se sabe, por algunos de los textos del propio de Sangro, que dedicó muchas investigaciones al mundo de la alquímia y algunas fuentes llegaron a apuntar que a lo largo de estas investigaciones encontró con una fórmula para ablandar el mármol. Esta historia es la única forma para explicar la belleza y realismo que se esconde en algunas de las esculturas que el prínciple mandó construir en su capilla, trabajos cuya técnica de realización, parece, cuanto menos, perfecta y que pueden considerarse obras maestras de la historia del arte. Sin embargo, es mucho más fácil sucumbir a la magia que al buen hacer humano, y según la leyenda fue el propio Raimondo quien colocó una tela fina sobre la estatua de mármol de Jesucristo muerto, de Giuseppe Sammartino (1720-1793), y la impregnó con sus sustancias secretas que hicieron que se petrificara, lo que explicaría su aspecto increíblemente realista. Del mismo modo habría petrificado un velo sobre la estatua de una mujer y una red sobre la de un hombre. Algo parecido «debió» ocurrir con las brillantes pinturas que sirvieron para dotar de un brillo y una solidez inaúdita al fresco que decora el techo de la capilla, obra del pintor Francesco Maria Russo. Muchos aseguran que estas pinturas tenían un toque «sobrenatural».
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